Una hora

Aparto la vista de la pantalla y cierro los párpados. Me froto los ojos con dos dedos mientras suspiro y apoyo la nuca en el respaldo de la silla. Dejo pasar los minutos oyendo el zumbido de la música que sale a borbotones por los altavoces del portátil. Ni siquiera sé lo que está sonando. Tampoco es que me importe demasiado. Abro lentamente los ojos y redescubro lo borrosas que se vuelven las cosas lejanas con la miopía.

Estiro los brazos para desperezarme, pero no lo consigo. Bostezo llevándome una mano frente a la boca. La fuerza de la costumbre; no es que haya motivo para ocultar mi boca abierta, no hay nadie observando. Miro por la ventana, esperando infructuosamente que algo rompa la monotonía. Un pájaro cruza a lo lejos y las nubes se desplazan con lentitud. Algodones mecidos con calma en un mar interminable. Me levanto y apoyo la mano en el cristal. Dejo caer mi frente sobre la transparente superficie; deseando con fuerza, casi con desesperación, que suceda algo que acabe con la normalidad del día a día. Fallo estrepitosamente, nada viene a poner patas arriba mi vida. Lástima.

Alzo la cabeza y entrecierro los ojos. Cojo un pincel y redecoro el mundo a mi antojo. Los edificios desaparecen; el cielo se vuelve morado; las nubes se tiñen de azul; un pájaro de fuego que surca la inmensidad; un escualo enorme, negro como el carbón, surge de un recién dibujado océano plateado y apaga al ser alado haciéndolo desaparecer entre sus fauces. La brisa me revuelve el pelo mientras mis ropas se transforman y una espada se acomoda en mi mano libre al tiempo que la ventana en la que estaba apoyada se convierte en un árbol milenario. Alguien se acerca por ese camino que hay tras la arboleda…

El tic-tac de un reloj me saca de mi ensoñación y devuelve el mundo a su estado anterior. La música se ha extinguido y de los altavoces no sale más que silencio. Me aparto de mi punto de apoyo y me doy la vuelta. Me acerco a la mesa y me dejo caer en la silla con un nuevo suspiro. Miro la pantalla y presiono una tecla cualquiera para quitar el salvapantallas; la hoja en blanco sigue donde la dejé, pero ahora tengo una pequeña historia sobre la que empezar a escribir.

Yo me he parado. Y el mundo ha seguido girando.
Ya ha pasado una hora más en mi reloj. Y como recuerdo no ha quedado más que la marca de mi mano en el cristal de mi izquierda.